jueves, 25 de junio de 2015

¿Dónde estás que no te veo?

Viejos recuerdos


Me despido de Ali en el cruce. 


Camino a casa sintiéndome llena, llenísima de palabras. Pero presiento que cuando llegue y me siente en el escritorio después de liar un cigarro, ante el papel blanco, ya no serán más que ecos fugaces, memoria de tránsito, susurro en el viento que me las devolverá quizás dentro de diez años. Serán recuerdo sentido en la carne. El estremecimiento de un instante. Quizás esas palabras sean las que no dije, las que temo no poder decir. A fin de cuentas, es como hablarle en la distancia, sin verlo, pero buscándole.

No pensé que después de sentirme dentro de la piel de Penélope fuera a convertirme en Ulises. Antes tejía y esperaba. Ahora estoy buscando algo difícil de describir con una palabra, con un verso o con un cuento. Primero un pie, el otro después, me digo. Por el camino amo siempre que puedo, y a veces es triste, a veces no tiene sentido. A veces me defino un poco más. O simplemente descubro que era un espejismo. El callejón del Gato de Max. Después regreso siempre al mismo punto de partida, donde me esperan las palabras y las preguntas. Escila y Caribdis. La Esfinge. 

Camino, pero no sé qué hay al final del camino. Me importa el momento que vivo, el suelo que piso, la aventura que puede ser el mañana, las sonrisas que veo y las manos que siento dentro de mis manos... El dolor de sentirme a veces tan viva, a la vez 
tan muerta... Sé que es contradictorio. Pero estamos hechos de pedazos, divididos en secciones con ritmo propio y color diferente. Por un lado decimos adiós, aunque duela y sea triste porque no era necesario, porque dimos pasos equivocados y es mejor dejar pasar el tiempo. Por otro damos la bienvenida a la incógnita y a la intriga de miradas y palabras, correspondidas o no; damos la mano al miedo y a la esperanza por igual. 


Hay días en que todas las secciones, todos los colores, todos los ritmos son uno solo, con un centro, un corazón y una mente. Ocho horas de un domingo de resaca con ese otro chico en una habitación son ya un recuerdo de una de esas fusiones. Y él tenía razón cuando bromeaba sobre no repetir porque iba a ser imposible mejorarlo: no fue mejor, ni tampoco peor, la segunda vez. Solo fue la última. Volvimos a seccionarnos, pero agregamos un capítulo agridulce y luminoso al libro de las búsquedas, al diario de a bordo. Gracias, tempestades.


Y el mapa de mares y estrellas crece con las tormentas y la lluvia que riega las raíces. Hay soles alrededor, no todo son nubes. 


Sé que las cosas llegan cuando tienen que llegar. 

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