lunes, 6 de noviembre de 2017

Vida, simplemente

Es curioso pensar en que estoy empezando la pequeña aventura académica de volver a estudiar a mi edad. Lo sé, no es nada raro hoy en día, en este país. Pero ha surgido la ocasión más propicia. En febrero dejé mi anterior trabajo, que tanto tiempo y fuerzas me suponía, por uno que, aunque no me arrepiento, también me exigía mucho tiempo y casi todas mis fuerzas, por menos dinero. Salgo perdiendo, pensaréis. Pero no me siento explotada ni maltratada ahora. Llevo 6 años trabajando sin parar. Tres trabajos, cada uno diferente al anterior. Me he adaptado, he puesto patas arriba mi vida por amor, por no poder evitarlo, y por trabajo, y creo que volvería a hacerlo. Esto me ha llevado a valorar lo que ahora soy, lo que siempre he querido hacer, ser traductora, y arriesgarme. Porque si he conseguido siempre ser feliz y salir adelante a través de todo, es que estoy haciéndolo bastante bien.

Y me siento arropada por la ciudad en la que vivo, incluso con toda su niebla y su lluvia, orbayu del alma. Me siento arropada
por las personas con las que voy a cazar esos rayos de sol
que a veces también vienen cuando el tiempo nos da un respiro.
Las personas que también están durante las tormentas
y hacen de dique conmigo cuando la mar golpea  y se ciñe la noche ruidosa 
de olas y gaviotas.
Y salimos a flote, y volvemos a reír, a tener ganas de todo.
La vida no es nada sin esos momentos.
Así de simple.



Días de playa con Ela, mi perra adoptada en 2015







viernes, 28 de octubre de 2016

¿Qué ha pasado? Parte I

Ilustración de Vero*

Ha pasado ya un tiempo, casi un año, desde mi última entrada, y hasta entonces tampoco es que haya sido muy prolífica, ni siquiera muy constante, sino todo lo contrario. Aprovecho las primeras horas de la mañana en la oficina para escribir. El jefe aún no ha dado señales de vida desde sus dependencias romanas. Lo hará en cualquier momento, me pedirá las cosas atropelladamente, con la conexión del Skype que siempre va fatal cuando está en Italia. Aún no ha acabado de amanecer. Quiero aprovechar esta serenidad efímera y decir que llevaba tiempo pensando retomar esto de escribir y hacerlo habitual. Habitual como lo fue desde los 12 años hasta hace aproximadamente unos 5.

Supongo que todos los que no estamos destinados a escribir "a lo grande" paramos en algún momento de hacerlo, pero el caso es que aunque ya no escriba como antes, sigo teniendo ganas de hacerlo. Leer es otro discurso, extraño coger un libro y sentarme cómodamente a exprimirlo y saborearlo. Pero... ¿y el tiempo material para hacerlo?

He pasado dos años y medio trabajando en una academia como profesora de refuerzo para niños desde los 7 años hasta los 18, universitarios de mi especialidad (Hispánicas) y, además, de adultos para preparación de exámenes de acceso a ciclos o a la universidad. Aunque eran 4 horas al día, siempre hay trabajo que hacer en casa, sobre todo el primer medio año. Después de adquirir un método y unos materiales con los que trabajar, la carga se aligera. creí que tenía tiempo de sobra para volver a estudiar, pero no me esperaba que volver al instituto (así es, me matriculé en un ciclo superior de Producción editorial) fuera a resultar tan, tan difícil. 

Agotada, así viví durante 10 meses, empezando los días a las 07:30 a.m. y terminando a las 20:00 p.m., con apenas una hora y media de "descanso" al día. ese tiempo lo usaba normalmente para comer y para, a la vez, prepararme la cena. Exámenes cada 15 días. Creo que no tuve tanto hábito de estudiar ni siquiera en la universidad. Al mismo tiempo en una relación de pareja que se desarrolló parte del tiempo a distancia (mi ex se fue primero a Dinamarca y al año siguiente a Brasil, en ambas ocasiones por periodos de 6 meses). 

Eran tiempos en los que fui feliz. Me independicé a los 26, me fui a vivr con un Erasmus irlandés (Adam, todo un personaje) y un Séneca de Mallorca (Jaume, igual de personaje que Adam). Mañanas de café y maría, vida social bastante activa, pues vivía al lado del campus universitario donde aún estudiaban algunos de mis mejores amigos. Fueron 5 meses muy buenos, tranquilos (demasiado, por eso decidí volver a estudiar), pese a que el gato quiso cazar algún pájaro desde el alfeizar de un 4º piso y nos salió caro a los dos es hecho de que, afortunadamente, solo se rompiera el fémur. 

Después hubo una segunda mudanza, y he de decir que es increíble cómo ha aumentado el número de mis pertenencias materiales estos últimos 5 años, pues después de esta segunda mudanza ha habido otras dos (incluido en la última un cambio de ciudad) y de no tener más que 4 cajas y un par de maletas he pasado a tener todo lo necesario para llenar un piso de 60 metros cuadrados. Volviendo a la segunda mudanza... me fui a vivir con una conocida/amiga de la universidad y con una chica maravillosa llamada Grainne, Erasmus irlandesa (nunca he hablado de mi debilidad por Irlanda y los irlandeses, ¿verdad?...), que ahora años después sigue siendo una de mis mejores amigas. La convivencia nunca es como se quiere que sea, nunca es ideal, nunca es perfecta. No lo es ni siquiera con tu familia de sangre, por lo que es una locura pensar que pueda serlo con nuestras "familias adoptivas". Grainne sigue en mi vida, pero no así la otra chica, y la historia no terminó nada bien (mi gato traumatizado por cumpla de una perrita que esta chica y su novia trajeron a vivir con nosotros, y yo teniendo que irme del piso casi de la noche a la mañana). Pero eso quizás es tema para otro capítulo...

En próximos episodios más! Pero antes algunas fotos acompañando a estas palabras y recuerdos.

Primeros compañeros de piso, Jaume y Adam

Filologadas. Acabaré poniéndome nostálgica...

El gato que quiso atrapar un bicho y cayó del 4º piso...

Sin tiempo para buscar un piso, me metí en uno vacío.
Ni cama, ni armarios, ni lavadora, ni nada...

Mi irlandesa preferida, Grainne Wood. I love you!


Ciao!




lunes, 14 de diciembre de 2015

Ruta del Cares


Ruta del Cares, Asturias. Doce de diciembre de dos mil quince.
Aunque camino sea duro e incluso doloroso, si la compañía es tan buena como esta, los buenos recuerdos están asegurados. Y alguna que otra agujeta... La altura del desfiladero del Cares me hizo más de una vez un nudo en el estómago, pero fue divertido encontrarle formas conocidas a las rocas, como la del Rey León (o un mono), y que en el descenso algunos cantaran y de alguna manera eso nos ayudara a no perdernos "de vista" los unos de los otros en la oscuridad. Las estrellas desde allí, sorpresa, la mismísima Vía Láctea en aquel cielo negro. El panettone sobrante de la cena del día anterior esperando en el coche nuestro regreso, un buen premio. Saciamos el resto de nuestra hambre lobuna en la Bodega Anchón (Gijón), un chigre muy recomendable. 
Deseando volver a la montaña.











jueves, 25 de junio de 2015

Entonces hay días...


Hay días que arrastro versos
como si fueran besos de primavera,
llenos de lluvia y de luz.
Y hay días que ellos me arrastran a mi
y yo solo me dejo llevar
por sus recuerdos y mis tristezas.


 Entonces recojo renglones que dicen
que no quiero ser recuerdo
sino alondra en tu pensamiento.
Entonces me pueblo de otoños
como antídoto para los besos,
como tinta para estos versos.

¿Dónde estás que no te veo?

Viejos recuerdos


Me despido de Ali en el cruce. 


Camino a casa sintiéndome llena, llenísima de palabras. Pero presiento que cuando llegue y me siente en el escritorio después de liar un cigarro, ante el papel blanco, ya no serán más que ecos fugaces, memoria de tránsito, susurro en el viento que me las devolverá quizás dentro de diez años. Serán recuerdo sentido en la carne. El estremecimiento de un instante. Quizás esas palabras sean las que no dije, las que temo no poder decir. A fin de cuentas, es como hablarle en la distancia, sin verlo, pero buscándole.

No pensé que después de sentirme dentro de la piel de Penélope fuera a convertirme en Ulises. Antes tejía y esperaba. Ahora estoy buscando algo difícil de describir con una palabra, con un verso o con un cuento. Primero un pie, el otro después, me digo. Por el camino amo siempre que puedo, y a veces es triste, a veces no tiene sentido. A veces me defino un poco más. O simplemente descubro que era un espejismo. El callejón del Gato de Max. Después regreso siempre al mismo punto de partida, donde me esperan las palabras y las preguntas. Escila y Caribdis. La Esfinge. 

Camino, pero no sé qué hay al final del camino. Me importa el momento que vivo, el suelo que piso, la aventura que puede ser el mañana, las sonrisas que veo y las manos que siento dentro de mis manos... El dolor de sentirme a veces tan viva, a la vez 
tan muerta... Sé que es contradictorio. Pero estamos hechos de pedazos, divididos en secciones con ritmo propio y color diferente. Por un lado decimos adiós, aunque duela y sea triste porque no era necesario, porque dimos pasos equivocados y es mejor dejar pasar el tiempo. Por otro damos la bienvenida a la incógnita y a la intriga de miradas y palabras, correspondidas o no; damos la mano al miedo y a la esperanza por igual. 


Hay días en que todas las secciones, todos los colores, todos los ritmos son uno solo, con un centro, un corazón y una mente. Ocho horas de un domingo de resaca con ese otro chico en una habitación son ya un recuerdo de una de esas fusiones. Y él tenía razón cuando bromeaba sobre no repetir porque iba a ser imposible mejorarlo: no fue mejor, ni tampoco peor, la segunda vez. Solo fue la última. Volvimos a seccionarnos, pero agregamos un capítulo agridulce y luminoso al libro de las búsquedas, al diario de a bordo. Gracias, tempestades.


Y el mapa de mares y estrellas crece con las tormentas y la lluvia que riega las raíces. Hay soles alrededor, no todo son nubes. 


Sé que las cosas llegan cuando tienen que llegar. 
(adriana-lestido-mexico-rolfart-2)

Yo, conífera de niebla.

Tú, planta que se inclina buscando el sol.

sábado, 17 de mayo de 2014

Marruecos 2013