jueves, 11 de agosto de 2011

De amor y de sombra, de Isabel Allende


Esta es una muy mala opinión de una novela muy buena. Aunque pensaba no escribir nada acerca de ella porque me cuesta mucho expresar mis impresiones sobre las obras literarias que leo, llegando al final del libro este fragmento me hizo cambiar de idea, pero pensé que debía acompañarlo con unas palabras...

En De amor y de sombra se cuenta una de las historias que más me han emocionado en los últimos tiempos. En mi opinión personal influye sin duda alguna la manera en que está escrita. El dominio de Allende a la hora mostrar los puntos de vista, dejando cabida en la voz del narrador a párrafos en estilo indirecto libre que amenizan la lectura; saltando de uno a otro a veces casi sin transición palpable dentro de las escenas, de las situaciones, nos pone entre las manos una historia total, contada a través de las vivencias de tres familias de clases sociales distintas (clase alta venida a menos, clase media-baja y campesinado -también podríamos mencionar la "clase militar"-), a las que las circunstancias de su país unen con diversos lazos (amor, justicia, solidaridad). Me encantó la manera en que Allende va mostrando las relaciones que entre los personajes nacen, crecen, se hacen eternas e irrompibles o desaparecen dejando una huella triste a causa de la muerte. No he podido evitar encariñarme con algunos personajes como Digna Ranquileo, tan fuerte y resignada, o el profesor Leal y su esposa Hilda, exiliados de la gerra civil española, él ferviente luchador por la democracia, ella amnésica voluntaria para sobrevivir al dolor. Los protagonistas, Francisco Leal e Irene Beltrán, amándose con la muerte rondando tan cerca, quizás porque la única manera de sobrevivir es esa. Incluso "el Novio de la Muerte", el Capitán Gustavo Morante, tan severo y perfecto, imponiendo respeto con su sola presencia, pudo al final tocarme la fibra sensible...

En la mente de Morante se estrellaban las palabras de Francisco con otras aprendidas en sus cursos de guerra. Por vez primera se encontraba junto a las víctimas del régimen, no entre quienes ejercían el poder absoluto, y le tocaba sufrirlo donde más le dolía, en esa muchacha adorada, inmóvil entre las sábanas, cuya imagen estremecía su alma como una campana repicando a muerto. No había dejado de quererla ni un solo instante a lo largo de su vida y jamás la amó tanto como en ese momento, cuando ya la había perdido. Recordó esos años creciendo juntos y sus planes de casarse y hacerla feliz. Silenciosamente le fue diciendo todo aquello que no tuvieron ocasión de hablar antes. Le reprochó su falta de confianza en él, ¿por qué no se lo contó? La habría ayudado y con sus propias manos hubiera abierto la maldita tumba, no solo por acompañarla, sino también por el honor de las Fuerzas Armadas. Esos crímenes no podían quedar impunes, porque entonces la sociedad se iba al diablo y no tendría sentido haber tomado las armas para derrocar al gobierno anterior acusado de ilegalidad si ellos mismos ejercían el poder fuera de toda ley y moral. Los responsables de esas irregularidades son unos cuantos oficiales que debían ser castigados, pero la pureza de la Institución está intacta, Irene, en nuestras filas hay muchos hombres como yo, dispuestos a luchar por la verdad, a remover escombros hasta sacar toda la basura y a dejar el pellejo por la patria si fuera necesario. Me has traicionado, amor, tal vez nunca me quisiste como yo a ti y por eso me dejaste sin darme oportunidad de probar que no soy cómplice de esas barbaridades, tengo las manos limpias, siempre actué con buena intención, tú me conoces; estuve en el Polo Sur durante el Pronunciamiento, mi trabajo son las computadoras, las pizarras, los archivos  confidenciales, las estrategias, no he disparado el arma de reglamento excepto en las prácticas de tiro. Creí que el país necesitaba un receso político, orden y disciplina para vencer la miseria. ¿Cómo iba a imaginar que el pueblo nos odia? Te lo he dicho muchas veces, Irene, este proceso es duro, pero superaremos la crisis. Aunque ya no estoy tan seguro, tal vez ya es hora de volver a los cuarteles y restituir la democracia. ¿Dónde estaba yo que no vi la realidad? ¿Cómo no me lo dijiste a tiempo. No era necesario recibir una ráfaga de balas para abrirme los ojos, no tenías que irte dejándome este amor desmesurado y la vida por delante para vivirla sin ti.


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