domingo, 14 de agosto de 2011

Nápoles, Erri de Luca y Pino Daniele


Vuelvo a tener entre las manos un libro de Erri de Luca, Non ora, non qui, y cada vez tengo más claro que para mí una obra literaria es aquella que hace que sienta dentro de mí otra vida diferente a la mía, que encuentre dentro de mí a otra persona, a otros seres que también tiemblan, ríen y callan. Puede que no haya otro escritor, otro recolector de palabras en el viento al que sienta tan cercano. Sí, es de una ciudad llamada Nápoles, ciudad donde nací también yo, y cuando habla de ella, cuando la nombra sin nombrarla me la regala como nadie. Ni siquiera tú, con quien la recorrí de la mano, me la diste así. Cuando recorro Nápoles entre las páginas de De Luca, todo es nuevo y a la vez viejo, propio y aun así ajeno, hermoso y brutal hasta límites insospechados. Es como en algunas de las canciones de Pino Daniele que llevé en la memoria toda la infancia y que sigo llevando  porque de ellas ya me es imposible separarme. Era lo que tenía de Nápoles en aquel entonces: un recuerdo lejano y ese disco de Pino, Che Dio ti benedica, año 1993, mis breves ocho años. Luego crecí y pude conocer Nápoles también a través de las palabras de mi madre, gran narradora de sus buenos y malos recuerdos. Mi Nápoles está hecha de fragmentos, como la ciudad misma, francesa, española, griega, romana, cristiana, renacentista... La ciudad que poco a poco voy desmitificando sin querer (no se puede evitar crecer, ver con tus propios ojos y entender) es la que busco en Erri de Luca o en el Pino Daniele de los primeros discos. La última vez que estuve allí me prometí no volver en bastante tiempo. Me asusté del deterioro, de la suciedad, de la indiferencia, de la sensación de estar donde no debía estar, non ora, non qui, de la oscuridad. Pero en este momento siento nostalgia de la luz que me despertaba por las mañanas aquella Semana Santa, de salir al balcón y dejarme sorprender por el mar, ignorando el tráfico cercano, de lavarme la cara con agua fría en el baño azul y blanco de la casa de mi abuela. Siento nostalgia del volcán, que siempre me dice, mientras voy a su encuentro en un tren abarrotado y viejo, "ya estás en casa"...




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